lunes, 12 de enero de 2009

oCHO

Laguna de Monte, 5 de agosto de 1991

Alfredo: Tuve pocas horas para pensar. Mi viejo, sabio por viejo y por dolores, dijo que a alguien que vuelve de la guerra hay que darle trabajo. Conseguirle trabajo. Que trabaje. Que cambie las horas de espera. La espera del ataque. El ataque. Que las cambie por las manos endurecidas de apretar tuercas. O entumecidos los ojos de contar plata ajena. Trabajo para volver. Porque si no, quieren quedarse. Extrañan las horas muertas, primero. Y luego extrañan a los muertos.
Mi viejo llamó a la familia y se lo dijo.
Yo no me enteré nunca. Ni hoy que te lo estoy contando. Que trabaje. Que no espere. Que piense mientras trabaja.
Yo no lo escuché nunca. Y él lloraba cuando empecé a trabajar.
Quizás no pueda volver a la guerra, pero hoy sé que volvería. Por él. Para que, si vuelvo, él pueda decirlo de nuevo y yo tenga la oportunidad de escucharlo.
Y me quedaría quietito, sin hacer ruido, esperando que él llame a la familia y se lo diga. Y yo lo pueda escuchar. Para abrazarlo y pedirle que no llore. Que tuvo razón. Que su sabiduría me salvó el cuerpo y un pedazo grande de la cabeza. Pero que quiero sentarme un rato con él y pensar juntos en los hijos que vuelven de la guerra y quieren saber.

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