lunes, 12 de enero de 2009

10. Diez. Ten.

Junín, 1 de junio de 1992

Querido Francisco: ¿Puedo?, preguntaste. No, te dije. No podés. No podés porque aun cuando yo quiera, y no quiero, ya no lograrás convencerme de nada. Y, sobretodo, no vas a poder pintar con rojos los troncos de los paraísos. Ni con amarillo los palitos de la plaza, ni con negro los carteles de calle 1. Los que están cerca del Colegio. Porque Celaya ya se olvidó de las instrucciones cívicas, cínicas. Basura. Porque Herrera ya nos separó para avergonzarnos. Porque Erasmo fue obligado a ser otro. Y no aquel que se decía a sí mismo ciudadano. Porque a ella se le cayó su sueño en el aljibe y nosotros ya no recitamos a Bernárdez. Porque la Pacolmo llegó antes del cine, te encontró tomándole el whisky y vos no supiste explicarle tus calzoncillos. Secreto a gritos en aquel living periférico. Porque la India Gatti no nos dejaría, aun hoy, reírnos de la peor de sus ignorancias. Porque Paipe todavía no pudo pasar el límite de sus miopías y decirte Je t’aime, gringo bruto. Yo también te deseo. Porque el Mataco nunca pudo cruzar la Pellegrini sin pensar en tus ojos tiesos. Porque ya no tenés colores en la paleta. Porque el amarillo escasea y el rojo se lo llevó todo Don Clemente. Para colorear el último retazo de tela que le vendió a mamá. Porque el azul huyó hacia el vagón final que se iba hasta Retiro. Y el negro se cayó desde arriba del frontón del Gimnasia. Y se hizo bruma. Y humo. En el incendio. Dónde se quemó casi todo. Salvo el recuerdo de las prohibidas para 18. Y vos codeándote con el Patito Toyos cuando pasaba María Marta. Violeta de linda. Rosa y fucsia. Pero las escondidas se terminaron justo cuando te caíste del tapial. Y tu gris lo compró tu viejo con el delantal de camillero. Y el blanco fuimos nosotros. A pesar de los intentos de escondernos de nuevo y que no nos tocara contar.
Así que no. Que se apague la luz y no vuelvas a preguntarme nada. Porque yo estoy sordo de tu voz. Y lloro sin colores. Y de nuevo fui al banco de suplentes. Y vos siempre fuiste titular. Y no te odio. Es que sos mejor. Y no entiendo por qué ahora preguntás. Si siempre pudiste todo antes. Pero hoy aprendí a no quererte y a no necesitar los colores que seguramente todavía debés tener.

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