lunes, 12 de enero de 2009

13

Hotel de Huéspedes, 12 de septiembre de 1993

Miguel: Tengo una imagen. Que no voy a contarte. Una imagen última. Tiene que ver con la noche. Y unos faros de camión rompiendo la niebla. Casi la llovizna. Y ustedes escondidos en las capas de agua. Con los ojos partidos bajo el casco. Amarillos de tanto verde oliva. Y las luces. Junto a los hangares. Bajo la orden de no despedirnos. Porque ustedes iban a volver.

Sin embargo, me diste la carta. “Queridos papás. Yo los quiero. Pero la Patria. Aquí. Albertito y el gordo Machado. Ellos sí sufren. Es que los educaron tibios. Friítos de aguante. Pero yo. Ustedes, sí. Me dejaron crecer. Y hoy puedo decirlo completo. Macho, sí. Como vos. Papá. Me decías. Y vos. Mamá. Te sonreías. Triste. Pero. Díganle a la tía. A doña Juana. A Erasmo. Que caí. Con sus nombres. En la boca. Acunado de siestas cordobesas. Guadales. Y el fulbito. Pero díganle a don Ricci. Que la Patria. Que hoy vi tan bonita a la bandera. Que me contaron que no son tan grandes. Esos gurkas. Borrachos. Y que, si caigo, seguro me llevo algunos. Sólo le tengo respeto a los helicópteros. La Patria”. El hijo lo firma.
La Carta. Que todavía está en el sobre. Amarilleada de años.

Y hoy volvieron. Ustedes. Pero no aquellos. Volvieron ustedes. Los mismos nombres. Grietas en las caras y los ojos partidos sin el casco. Con barbas extrañas. Enneblinadas. Brutos. Hoscos. Malheridos de humo. Mirando más allá de los lugares conocidos. Volvieron. Sí. Los mismos nombres. Pero otros. Sin los mismos temas. Borrados los recuerdos comunes.
Y vos, parado ahí. Otra imagen. Todo luz alrededor. Y vos, todo oscuridad. Sólo con dos fulgores. Ahora lo sé. Sólo dos fulgores, adentro. Volver. A buscarnos.
Un fulgor: volver a buscarnos, a aquellos niños. En aquellas fotos que tuviste que dejar. Huyendo de las explosiones que te corrían los pasos. En la carta única que te llegó. Y en la culata del fusil Laboulaye decía, y Mary.
Y el otro. El otro fulgor que tenés alojado. Volver a aquella noche. Retener la carta. Tachar lo de los helicópteros. Que eso es signo de debilidad. Y la Patria está hecha de estos fulgores. Casi inútiles. Si no fuera porque son lo único que te mantiene vivo. A vos. A ese otro que volvió. Y que, a pesar de que no me reconozcas, celebro que estés caminando por la calle. Extraño de luces ajenas. Oscuro de amigos. Pero vivo.

La carta bien guardada está. Y la imagen, en la tumba más oculta. Mis ojos amarilleados de años y verdes. Inútiles para contarla. Y reconocerte en ellas.

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