lunes, 12 de enero de 2009

Carta 3

En un bar de General Acha, 11 de septiembre de 1985

He logrado acercarme a tu barrio. Sin que sospechen quién soy. Alquilé un pequeño departamento al final de la calle y miro por una ventana de postigos de madera. Puede ser que mis visitas al almacén sólo logren incomodar mis recuerdos, pero también es posible que empiecen a situarme en el corazón de aquellas tinieblas que conocí y hoy añoro. Aquellas imágenes que no puedo borrar de mis ojos, de mis sueños más profundos. También recorro las dos cuadras que tantas veces me describiste, luego de que los últimos vecinos se encierran en esas luces amarillas de hogares. Y, algunas noches, descubro ruidos como aquellos que decías conocer de memoria.
No podré reemplazarte en las historias que tejiste, pero creo que llegaré a conocerte más allá de aquellos relatos. Quedan la panadería y los hornos, la estación de servicio en el medio de la primera cuadra y los corralones de carros y camiones destruidos.
Puede ser que todo esté solamente algo más viejo, pero te juro que todavía se sienten los gritos del fulbito, de las tardecitas de invierno. Y sólo yo me detengo junto a las paredes a sentirles el olor, pasarles la mano, descubrirles los huecos de los mensajes, el musgo y las letras raspadas a clavo y siestas adolescentes.
Ayer pasé frente a aquella casa que tantas veces me describiste. La puerta de calle estaba abierta a un zaguán profundo y fresco, y más allá... seguramente estarán el patio, las piezas al costado, la cocina grande al fondo. Yo sólo pasé caminando todo lo lento que pude y miré todo lo poco que se aconseja para estas ocasiones. Quiero decirte que no alcancé a percibir el olor que decías. Que mañana, cuando pase rumbo a la terminal, voy a parar a atarme los zapatos justo en la línea del zaguán para intentar sentirlo.
Y es todo. Puede ser que sea, como vos te cansaste de repetirlo, un cobarde... pero no puedo golpear la puerta y darles las chapitas con tu nombre.
Aunque ellos ya saben que estoy aquí y a qué he venido... y quizás estarán mañana en la terminal dándome la oportunidad de perderme el colectivo, y contarles cómo fue. Tres años más tarde, con su infinita paciencia y mi voz en un hilo.

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