lunes, 12 de enero de 2009

IV.

La Plata, 25 de diciembre de 1988

Querido Fernando: Hace poco, no más de un mes, volví al pueblo.
No me animé a llamarte. Sé del tiempo que pasó. Y cómo debemos de haber cambiado.
Pasé por el frente de tu casa. Ya no está el tapial donde tu vieja tiró la caja con los petardos. Tampoco está tu viejo, me contó mamá.
¿Qué nos va a pasar cuando nos encontremos? ¿Podremos abrazarnos? ¿Recordarnos? Hace poco vi una película con Robin Williams, Capitán Garfio. Un niño negro le buscaba la cara de Peter Pan por debajo de las cortezas y las corazas con que lo habían disfrazado la vida y el sistema.
¿Podremos reconocernos? ¿Abrazarnos realmente?.
No.
No. Ciertamente, no. Porque vos tampoco estás. Vos te quedaste hecho un jirón cuando empezaron a cañonear las fragatas. Y ya no me necesitás para caminar por las calles del pueblo. Ya no es necesario protegerte. De las burlas y las ofensas. Puto. Comilón. Maricón. Ni hay que aclararle a tu viejo que por más pelotas de fútbol N° 5 que te regale... una N°5 amarilla, marca Pelé...
Y que tus hermanos no te pidan nada. Un hombre no es lo que ellos quieren. Un hombre sos vos. Y era necesario decírtelo. No por vos. Por mí. Porque cuando te jironeaste me quedaron pendientes varias “agachadas”, renuncios. Y es preciso, no por mí, por vos, que te dejemos deshacerte en el frío y la niebla. Para que, alguna vez, puedas volver a caminar por el pueblo. Reconstruir el tapial y buscar los petardos. Y besarte con quien quieras. Y morir.

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