lunes, 12 de enero de 2009

Dieciseis

Asiento del pasillo, en el ferry a Colonia, 1 de abril de 1994

Querido Daniel: Justo ayer pasó, por enfrente de casa, don Mac Williams. Todavía tiene aquel saquito tejido y cambió la corbata negra por otra, azul. Los dedos amarillos del cigarrillo y siempre envuelto en su nube de humo. Y allí, mirándolo, me quedé. Y te volví a recordar, te ví, escondido atrás de las ventanitas del Gimnasia. Toda la banda dudando entre el deseo de que le tiraras y que no. Que era don “macuilian”.
Cayó el cigarrillo y él se quebró, despacio. Titubeó y por unos segundos todo el mundo quedó quieto, ausente de futuros. Nuestros ojos buscando el dolor, la caída, el final. ¿Te acordás en qué pensabas?. Solo, atrás de las paredes, quizás al lado de una planta de ortigas. Y todos nosotros, derrotados, mirando el juego sin saberlo.
Luego se enderezó y nos dedicó un guiño cómplice antes de seguir camino al Español, a su ginebra, sus naipes, su humo y el ruido seco de los tacos de billar.
¿Qué se hizo de nosotros, Daniel? De aquellos pedacitos de hombre. ¿Cuándo nos fuimos? Que yo no me enteré. ¿Adónde?.

Hoy vivo aquí, al lado de no sé quién. El Gimnasia busca dueño. El Club Español tiene cáncer de pulmón y una cirrosis terminal. Y escribo cartas inútiles, que no voy a mandar, a amigos que ya no lo son y sobre recuerdos que, de tan personales, no retoman ninguna historia.
Querido Daniel, sigo amando el pasado. Estoy muerto. Soy una estatua de cemento barato. Sólo queda de mí una masa descompuesta. Te queda la tarea de recordarle, a quien quiera soñar otra historia, que eso soy yo. Una vida sin más relieve que el nombre común que tuve. Que no me imaginen otro. Que yo ni siquiera me animé a cruzar la calle, buscarte al lado de las ortigas y preguntarte si habías tenido el mismo miedo.

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